Vivenkha

VAMOS A LOGRARLO JUNTOS

Escribir sobre la experiencia en la montaña implica tantos recuerdos y sensaciones, toda la travesía es un conjunto de tantas cosas, el solo hecho de escoger una de las experiencias para contar es una tarea difícil, pues cada una de ellas deja en ti una marca especial. Cada una te ayuda a madurar aspectos de los que no logras ser consciente en el momento, cada lugar te enseña algo especial. Y sin darte cuenta tienes a la mano una larga lista de cosas para contar y recordar.

De todas las experiencias vividas, hay un viaje que pudiera ser para muchos muy fácil frente a los muchos viajes que hemos tenido y que superan a este por mucho en complejidad, lejanía y expectativas. Pero que para mí logro tener un significado especial, porque contaba con un ingrediente diferente. La experiencia a la que me refiero fue la práctica que realizamos en la laguna del Otún el 9 y 10 de noviembre del año 2019, “La laguna del Otún es uno de los lugares destacados del Parque Nacional Natural Los Nevados en Colombia, este cuerpo de agua, mide cerca de 1,5 km2, se encuentra a 3.950 msnmr en ecosistema de páramo. Fue formada por la acción volcánica y glaciar, es alimentada principalmente por el deshielo del Nevado de Santa Isabel” (Wikipedia).

Lo que hizo diferente este viaje, fue la compañía por primera vez en la montaña junto a mí, de mi hijo mayor, por muchos años durante su primera infancia él se quedaba en casa, mientras su padre y yo hacíamos nuestros viajes a la montaña. Fueron muchas las ocasiones en las que  Aryan preguntaba por su padre y la respuesta más que evidente era, papito está en la montaña, así que pueden imaginarse a nuestro hijo y también nuestra hija, quien hasta ahora no ha tenido la oportunidad de acompañarnos, han crecido conociendo a sus padres como personas que expresan un gran sentido de valoración por la naturaleza, y siempre las experiencias que hemos contado a nuestros hijos sobre la montaña han sido de gran satisfacción, alegría  y crecimiento personal. Todo esto ha sembrado en nuestros hijos la motivación y deseo por acompañarnos a nuestros viajes de sanación, cosa que no habíamos contemplado aun por su edad, por los riesgos y exigencias que todo esto conlleva. Además de una condición de salud física con la hemos lidiado desde siempre con Aryan y que era nuestra máxima preocupación en actividades como esta.  

Pero en esta ocasión tomamos la decisión de manera conjunta de hacerlo participe, ese año Aryan tenía 9 años de edad y consideramos era un viaje que él podría soportar. Nuestra hija en casa se quedo muy triste por no poder asistir, yo personalmente estaré muy feliz el día en que podamos hacerla participe, ella es una niña muy especial y seguramente lograra aportar mucha luz, cuando pueda junto a todo el equipo pedir por el equilibrio y armonía de la naturaleza. Ya sabemos todos, que no hay fecha que no se cumpla ni plazo que no se venza.

La montaña tiene la facultad de hacerte mas fuerte, eso ya lo sabia yo, pero en esta ocasión yo estaría al lado de mi hijo para que él lo aprendiera en su propia carne. Muchas noches habíamos hablado sobre la montaña reunidos en casa, habíamos compartido con ellos nuestras fotos de la experiencia, habíamos reído con las anécdotas y les habíamos mostrado las ampollas en nuestros pies, pero entre escuchar algo y vivirlo hay una enorme diferencia. 

Todavía puedo recordar muy vívidamente su alegría un día antes de la salida. Como expresaba su ansiedad, tenía una sonrisa dibujada en la cara, y se sentía tan confiado y dispuesto que era capaz de convencer con su entusiasmo a sus abuelos quienes estaba muy preocupados por las implicaciones y exigencias de este nuevo reto, además el clima por aquellos días en la zona no estaba siendo muy favorable y ello aumentaba la preocupación de todos a su alrededor. 

La salida tenía lugar a muy tempranas horas en la mañana y a diferencia de los días del cole este día no hubo dificultad para levantarse y prepararse; valoro mucho de este momento como se despidió de su hermanita, le dio animo y la motivo diciéndole que pronto llegaría su momento, que no tardaría el día en el que todos juntos podríamos ir a la montaña. Yo en ese momento recordaba los dibujos de mi hija pegados en la nevera de nuestra casa, en los que ella nos dibuja a todos arriba de una montaña, las caras de sus muñequitos siempre felices y esperanzados. Con esa imagen en mi mente nos despedimos.

El equipo lo recibió muy bien, nuestros amigos de caminata siempre han sido una gran familia, todos preocupados por el bienestar del otro, así que todos al saludar a Aryan le daban mucho ánimo, junto al equipo también caminaba una niña que junto a mi hijo eran los únicos niños en esta experiencia y nos sorprenderían por su tenacidad. 

Aunque Aryan no lo creía del todo, y no alcanzaba a dimensionar lo que la montaña haría en él, yo si me sentía muy consciente de este proceso, ya lo había vivido varias veces, pero en mi silencio me sentía muy feliz de acompañarlo a ver la montaña, de caminar a su lado, y ser su apoyo, pero sobre todo feliz de ayudarle a despertar la fortaleza en su interior, de verlo a los ojos y decirle tu puedes hacerlo, vamos  a lograrlo junto. Por mis palabras sabrán que la sonrisa en sus labios no duro mucho, después de haber iniciado la caminata, los minutos pasaban y él empezaba a darse cuenta que iba a tener que hacer un gran esfuerzo, la lluvia durante todo el trayecto caía, pareciera que ella también quería acompañarnos para sacar nuestra fortaleza, para decirnos al oído que podíamos hacerlo, que lo íbamos a lograr juntos. 

Uno como madre siempre quiere ver a sus hijos fortalecidos, pero no muchas experiencias en la infancia logran esto en los niños sin traumarlos, la montaña es mágica, su aire entra a tu cuerpo y lo sana, nosotros caminamos a la montaña para sanarla, pero es ella quien da vida, es ella quien nos sana. Yo quería que Aryan aprendiera esto y a pesar de que en varias ocasiones vi lagrimas en sus ojos por el cansancio y el dolor en sus pies yo no paraba de decirle, tranquilo hijo descansa, respira profundo.

Todo el camino de ida y al día siguiente de regreso fue una constante terapia psicológica, estábamos viviendo un momento real en el que las palabras: “en la vida todo cuesta”, “para lograr algo siempre hay que esforzarse”, “no te des por vencido”, “este es tu cuerpo y solo tu puedes dominarlo”, la primer derrota se da en la mente” y muchas mas eran relevantes, eran necesarias, eran poderosas por lo que vivíamos, por lo que sentíamos. Así que, a pesar del dolor de mi hijo, yo me sentía tan dichosa internamente por esta oportunidad maravillosa de poder verlo crecer como persona y estar allí para decírselo.

Estando en ese contexto puede uno explicar a sus hijos que la vida no siempre es fácil, pero que, aunque hay momentos duros, somos muy capaces de superarlos, esto se convierte en una semilla dentro de ellos que les da la confianza para creer en sí mismo, les da la posibilidad de que sueñen la vida que quieren y que reconozcan que tienen la fuerza para lograrlo, para vencer los obstáculos que salgan en el camino, para caer y también para levantarse con dignidad. Ancio el próximo viaje, la próxima vez en que pueda ver la montaña, que mis pies recorran sus caminos, que mis pulmones se llenen con su aire, que la lluvia me acompañe y saque mi fuerza interior, y anhelo que mis hijos puedan estar allí conmigo, anhelo ver sus sonrisas y también sus lagrimas y poder en cada paso verlos a los ojos y decirles aquí estoy contigo, VAMOS A LOGRARLO JUNTOS. Para Aryan y Celeste una abrazo enorme, gracias por compartir con migo esta experiencia de vida.

M. Lihanna

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